Ayer estuve en el Teatro Lara. Casi todas mis primeras veces las he vivido con L. La primera presentación a la que asistí, el primer recital, pero, sobre todo, la primera vez que me imaginé a mi misma ahí arriba.
Hoy quiero hablaros de la emoción contenida, de la ilusión por cumplir un sueño, de esas pequeñas cosas que te devuelven a tu camino, que te recuerdan por qué empezaste.
Ayer aprendí muchas cosas. Primero me acorde de ti porque el primer poema lo habías escuchado conmigo, porque compartía contigo lo que me hacía feliz, la ilusión de antes y la pena de después. Porque quererse es compartirse. Y yo te quería y te quiero, y te compartía y te comparto, aunque no de la misma forma.
“Que no se me olvide cómo era antes de ti”. ¿Yo cómo era? He buscado una foto antigua en el móvil. No hay mucho cambio físico, sigo siendo esa mujer con cara de niña. Pero ya no me maquillo de la misma forma, ni me atrevo a llevar el pelo al natural, ni a ir sin maquillaje, ni a ponerme algunos vestidos que, antes, me encantaban. Supongo que no has sido solo tú, ha sido crecer e ir evolucionando, de gustos, de pareceres. Pero claro que no soy la misma. Me has cambiado la percepción de tantas cosas…Ahora sé que el mar también tiene colores, que las personas aparecen en cualquier rincón porque nos acompañan de la mano a cualquier parte. Ahora sé que la sal de la herida, cuando se seca, escuece.
Al escenario subió un invitado, Andrés, y habló de su nueva novela. Penélope se llama la protagonista ¿sabías? Cuantas cosas que contarte y qué pocas caben aquí, en este folio digitalizado, en esta entrada que nunca será libro. Él decía que no podemos vivir en una sala de espera. Nuestro amor era una espera inconsistente y eterna amor. Y aunque no lo quiera reconocer inconscientemente sigo esperando algo, a que aparezcas entre la silueta de las sombras, y como un soplo de aire fresco, te poses en mi nuca y me digas, que todo va a ir bien. ¿Cuánto tiempo he esperado a que me quisieras? Yo creo que siempre me has querido, pero cuando no dices lo que sientes empezamos a jugar a las adivinanzas. ¿Por qué siempre te gano a este juego amor? Si tú eras el más competidor de todos. “Soy el mejor” decías, y colocabas la cabeza entre mis brazos para que te acunara. Supongo que, en realidad, siempre has estado a un segundo de quererme, como si nunca hubieras podido hacerlo del todo. Y mientras yo esperaba, con los brazos tendidos por si aparecías, a que me miraras a los ojos y me lo dijeras. Que te quiero, que me quedo. Y no hubieran hecho falta más palabras.
A ti, que nunca sabías qué decir, que las palabras se te hacían grandes en la boca, solo puedo decirte que la espera es una virtud, la quietud. Es apreciar el tiempo placido que se extiende entre dos abrazos, sabiendo que quizá el segundo, nunca llegue. Es aprender que vivir es estar siempre esperando algo. Pero amor, yo no quiero esperar a que suena la música, quiero componer mis propias letras y que solo haga falta una mirada certera y astuta para que empiecen a sonar todas las notas.
El verdadero problema es que no estás, y que estoy bien, pero todo el rato me acuerdo de tu ausencia. Con la rutina, el día, los lugares, las nubes, el sabor oscuro del café. ¿Cómo te explico la emoción oprimida? Se me congela en el pecho un nudo, que, si tú no sabes deshacerlo quién lo hará, y escucho tu risa de fondo. Y me acuerdo, de que no estás porque no quieres, porque no te atreviste a mirarme a los ojos, a hablar con la certeza de un amor que sabe lo que quiere. Pero tú no lo sabías, o a lo mejor nunca lo has sabido.
Qué fácil es todo cuando no estás, cuándo solo me acuerdo porque quiero, cuando puedo elegir qué quiero saber de ti. No quiero volver a escuchar tu risa y pensar: “¿por qué no me miras?” Y la respuesta, inevitablemente, es: “porque ya no me hablas con los ojos, porque ya no sabes mirarme, o no quieres”.
Otra cosa que aprendí anoche fue a decir te quiero. Creo que a veces, y casi sin querer, cuando ves como actúan los demás, descubres un poco tus propios sentimientos. Qué triste, pero te quiero. Y lo sé porque con la poesía arañándome el pecho me acordaba de ti, de los versos que te recitaba cuando nos despertábamos juntos, de que quiero recorrer un acantilado de sonrisas dándote la mano, porque el único lugar en el que quiero estar es a tu lado. Y no hablo de costumbre, ni de amor, hablo de seguridad, de la certeza que tenías cuando me veías llegar y adivinabas el futuro. Cariño, no sé si pasaremos el resto de nuestra vida juntos como decías, pero lo que si sé es que encontraremos la forma correcta y exacta de amarnos, donde los movimientos son concretos y en los espacios reluce la nostalgia del mañana y no del ayer. ¿Quiénes seremos mañana? Qué amplio y qué difícil definirte, definirnos. Creo que podría medir tu cuerpo en el tamaño de tus sentimientos, y quizá sea esa la mejor forma de decirte quién eres, o, mejor dicho, quién puedes llegar a ser. ¿Es esto el amor? Lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba ahí, entrelazada a tu lado, acurrucada con tus temores, y tú, te incorporabas, como quien tiene calor una noche de verano. Y yo, estaba ahí, viendo la primavera nacer de tus ojos, y tú solo querías recuperar el frío del invierno.
Vídeo Teatro Lara. Loreto Sesma y Guillermo Barcenas.