¿Quién soy yo para hablar de esto? No lo sé. Pero a veces, o casi siempre, a los que escribimos nos pasa eso. Nos nace una necesidad de soltar lo que llevamos dentro. Así que por eso estoy aquí, intentando encontrarme en las letras.
No sé escribir desde fuera. Necesito pulir, afilar mis emociones para poder controlarlas mejor.
Hace no tantos días empezó una etapa en mi vida, un proceso, largo y tedioso, al que me gusta llamar el duelo. Alguna vez en la vida todos pasamos por él. Unas veces es más duro, y otras extenuantemente liviano.
En este cauteloso proceso me gusta escuchar a un buen amigo al que admiro mucho. Él es mucho más radical que yo. Me dijo que unos días estaría contenta y pensaría que estaría curándome, pero que luego vendrían las nubes. Las nubes son como llamo yo a los bajones. En esta montaña rusa también se echa de menos, hasta en lo más alto.
La semana pasada una persona que me cuida me dijo que yo era una persona absolutamente soñadora, que me pasaba el día viajando por el pasado, por el futuro y por todas las transformaciones que haría de ambos. Y por eso a veces me alejo del presente. Pero no soy yo, es mi cabeza que no se está quieta.
Y en base a estas dos premisas puedo deciros que si, que desde mi ensoñación permanente el duelo es lo que es. Y yo quiero estar enfadada, pero no puedo enfadarme. Y como mi cabeza no se calla yo me escucho pensar todo el tiempo. Y os prometo que es agotador escucharme.
Tengo momentos en los que estoy muy contenta y me siento en el banquito de madera y agradezco lo que tengo y pido para aprender a perdonar y a amar como nunca he sabido. Pero también me siento sola. ¿Quién no se ha sentido solo? Y me siento rodeada, querida y abrazada, pero me sigo sintiendo sola. Porque el duelo también es eso, aprender a vivir en ese vacío que se desprende cuando te sueltan la mano.
No me gusta reconocerlo, pero estoy sintiendo eso que no quería. La falta. Supongo que nunca pensé que llegaría a “necesitar” contarte que las cosas van bien, o mal. Y lo pongo entrecomillas porque escribirte es controlable. Y ni siquiera me paseo por los mensajes que un día nos escribimos, nunca he sido de esas. Si algo me va a hacer daño, no lo hago.
Pero quiero contarte muchas cosas, que mi abuela está mejor, que sigo luchando cada día por hacerla feliz, por cuidar a Lola y construir los hábitos que me harán ser la persona que quiero ser. Pero yo sé que no, que no puedes entenderme. Tu dolor pesa más que tu cabeza y no eres capaz de racionalizar nada, de entender que no sólo eres tu.
Por eso te veo desde la distancia, y me preocupo, aunque no deba responsabilizarme de tus sentimientos. Pero te sigo queriendo desde la distancia, aunque no quiera quererte, aunque no quiera pensarte.