Mi madre es mi mujer de referencia. Cuando escucho sus pasos ajetreados por la escalera sé que viene, aparece como lo hacen las estaciones del año, como quien no quiere la cosa. Abre la puerta sin llamar porque, como todas las madres, se cree que mi habitación es tan suya como mía. Entra y se sienta en el borde de la cama. Yo estoy sentada en mi silla gris con un respaldo que mi padre calificaría como deficiente. Doy vueltas sobre las ruedas que giran y giran. Mi madre me pregunta que tal el día, cotillea todo lo que tengo de por medio, mira los colores de la mesa, los libros que, revoltosos, decoran todos los rincones. A veces le digo que no quiero hablar, que quiero estar sola. Ella hace como que entiende que la hable en un tono hosco, se levanta y sale. Cierra la puerta. Si no lo hiciera le diría eso que decimos todos los niños, ¿cómo estaba la puerta? Y ella entonces retrocedería y la cerraría haciendo un poco de fuerza. Cuando sus pasos abandonan la estancia yo ya la echo de menos.
No sé muy bien cómo enfocar esta reflexión. Hoy hablaba con M. y con D. Recordábamos las palabras de M. cuando me decía “si no sabe lo que le pasa que te diga que no sabe lo que le pasa”. Yo le daba la razón por completo. Así que supongo que, si no sé cómo empezar a escribiros después de estas dos semanas, también tendré que armarme de valor y reconocerlo: no sé como enfocarlo.
Tengo la sensación de que a veces mi cabeza hace tanto ruido que no me deja escuchar a mi corazón. ¿Por qué a veces hablo mal a mi madre con lo mucho que la quiero? ¿Por qué pago con ella las emociones que no sé gestionar? Quiero pensar que a todos nos pasa un poco, o nos ha pasado alguna vez, tratar de menos cuando son más. Y hoy me siento responsable y culpable, pero estoy contenta porque me lo reconozco, se lo reconozco y os lo reconozco.
Mi madre nace todos los días cuando convierte una mala tarde en la fuerza de voluntad necesaria para conseguir sus retos y propósitos. ¿Tu madre también hace cinco deportes? La mía sí. Y a mi me hace ilusión que haya encontrado la luz en su día a día. Supongo que, cuando los niños crecemos, los padres se reorganizan, y, sobre todo, se reinventan. Yo ya he crecido un poco, así que supongo que desde que llego a casa hasta las seis y media de la tarde, ella tiene que rellenar los huecos de los vacíos que dejo yo. Y no es que yo sea egoísta, es que la vida es eso. Los padres vivían supeditados a nosotros, al baño de las nueve, a preparar la cena, a ayudarnos con matemáticas. Ahora no queremos ni cenar con ellos.
Lo siento mama, que sé que me lees, por hacerte sentir sola, por no saber regar las flores que te crecieron del pecho, porque eran de color lila, y tus pulmones también lo son.
Hoy el día es morado, hoy vuelvo a compartir una caja de violetas con mi madre, a soñar con el viaje que no hicimos, a decirle amablemente que necesito estar sola. Hoy nos abrazamos como dos mujeres que se quieren fuertes, que se dan la mano cuando hace frío. Porque mama, si no te hubiera conocido, también te echaría de menos.
Feliz día de la mujer.
8.03.23